lunes, 28 de septiembre de 2015

Un Hombre

Hoy tuviste juego. Cada vez que terminas una jugada me buscas en las gradas y te preguntas por qué, en vez de gritarte y echarte porras, te miro con los ojos húmedos. Al finalizar el partido corres hacia mí y me dices “¿Viste esa tacleada? ¡Lo detuve con el casco! Se escuchó puuum.” Te abrazo y me preguntas “¿Ya soy un hombre?” Te respondo “No lo sé,” y mi respuesta no te satisface.
Pasan los días y me dices “sé que te duele no estar conmigo siempre, no verme entrenar todos los días, ni poder hacer conmigo la tarea de la escuela. Si estoy consciente de tus sentimientos y de los sentimientos de los demás, ¿ya soy un hombre?” Y te digo “no lo sé.” Mi respuesta no te frustra, pues intuyes que con el tiempo la definición de ‘Hombre’ te será más clara y la incertidumbre desaparecerá.
Pasan los años y entras a la secundaria. Un día tres muchachos te golpean porque defendiste a un compañero más débil que tú. Llegas a la casa adolorido y me preguntas “¿ya soy un hombre?” Te lavo las heridas, y te menciono una frase que en ese momento carece de sentido. Me das la espalda y te vas a dormir.
En la universidad, parte de tu tiempo lo destinas a visitar enfermos y a calmar la tristeza de otros que no tuvieron tus mismas circunstancias. No lo comprendes aún, pero estás haciendo del mundo un lugar mejor. Por las noches me preguntas, “papá, ¿ya soy un hombre?” Te beso la frente y te digo, “quién lo sabrá.”
Al graduarte, encuentras un trabajo que te apasiona y una mujer que te ayuda a encontrar una definición más grande de lealtad. Eres feliz. Formas una familia, y al nacer tu primer hijo me preguntas “¿ya soy un hombre?” Yo cargo a mi nieto y te respondo “es una gran interrogante.”
Tiempo después las cosas no van bien para ti. Descubres una cara del mundo que te duele y algunas personas que amas te han decepcionado. Me llevas a un lugar apartado y negando con la cabeza me dices “aunque a veces me cuesta trabajo verlo, la vida es lo más hermoso que me ha ocurrido. Si no me he dejado vencer por las adversidades, ¿ya soy un hombre?” Encojo los hombros y murmuro esa frase que de tanto repetirla ha perdido su valor para ti. Mi aparente insensibilidad finalmente te frustra más que cualquier otra cosa. Desilusionado, ya no eres capaz de verme a los ojos. Quizá ha sido un error haberle preguntado a tu viejo todos estos años si ya eras un hombre.
Días después, pasas por mí y me llevas al campo de futbol americano donde juega tu hijo de 9 años. Es su primer scrimmage. Nos sentamos en las mismas gradas en las que yo me sentaba a verte jugar. En cierto momento del partido, él taclea a un ofensivo y evita la anotación. Los tambores suenan, el público lo ovaciona, pero tú no puedes gritar. Los ojos se te humedecen y la garganta se te cierra con un nudo de orgullo indescriptible que apenas te deja respirar. Terminando el juego, corre hacia ti y te abraza exclamando “¿Viste, papá? ¡Lo detuve con el casco! Ya soy como tú. Soy todo un hombre.” Mirándolo a la cara, le dices “todavía no sé si eres un hombre, pero para mí eres más que eso.” Entonces, con ojos esperanzados te pregunta “¿Qué soy?
Tardas en responder. Miras sonriendo hacia donde me encuentro, porque la respuesta qué él busca es la misma que has buscado todos estos años. Con ternura le mencionas una frase que cancela toda incertidumbre, y que es la misma frase que te he repetido desde el primer día que te cargué en mis brazos.
Tú eres mi hijo.”

Al portentoso Bimbus

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