Entras y parece que no estás. Nadie nota tu presencia en
este lugar de caos de mesas y sillas, de impersonales meseros que vienen y van, de
mujeres arregladas para ser inolvidables aun a las nueve de la mañana; no se
detienen la camaradería ni el cuchicheo, el sonido de tacones sobre el mosaico,
ni los alimentos masticados con celeridad. No los culpo. De no ser por el
silbido de luz que me hizo parpadear continuaría sumergido en mi día
monocromático, en mis letras de siempre. Accidentalmente te vi entrar. Te seguí
con la mirada hasta la barra. Te inclinaste hacia adelante ordenando cualquier
cosa, tu voz perdiéndose anónima en el murmullo de la loza, en el canto chillón
de las bisagras, en el siseo melancólico de mis páginas sombrías. La falda
plisada te llegaba hasta el tobillo y lo que portabas no podría llamarse
escote. La palidez de tu piel podría haberse difuminado en la espuma de la
leche y tu cabello color tabaco no habría sido más que una adición a la
sencilla arquitectura del ambiente, de no haber sido porque te noté. Existen
mujeres cuya hermosura detiene el tráfico, que con un aleteo de pestañas ocasionan
huracanes. Hay ojos, amiga, que provocan infartos. He sabido de hombres que
mueren de desolación al quedar incinerados por atractivos incontenibles y
lapidarios. Pero tu caso es distinto. Tú vienes del fondo de la Tierra, te
forjaste a base de la sed del mundo, heredera de la belleza que se labra sólo
con paciencia y que no sabe de extinción. No eres estruendo, sino racimo; no
eres llamarada, sino luz. Eres, mujer, un rumor inquebrantable. Mirándote por
un cortísimo instante logro descifrar la fórmula con la que fuiste diseñada. Lo
tuyo proviene de una timidez genética que no tiene prisa, que no tiene meta.
Es. Tú significas y tu significado es primordial. Alrededor de ti todo se
apellida vulgar. Ahí tienes la razón por la cual nadie gira a mirarte: eres
invisible para el ojo acostumbrado a lo banal. Por ti nadie cantará borracho,
nadie intentará impresionarte gastando grandes sumas ni presumiendo carísimos
estilos. Quien te descubra, sin embargo, jamás te dejará partir, pues para él
la tuya será la belleza con la que el tiempo calibrará toda belleza. Para él
reservas un jardín con idílicos volcanes, un oasis coronado con vapor,
imperecederos surcos de agua. Te sientas en un rincón y me sonríes. Me
paralizo. Pretendo ver más allá de ti, un punto en el espacio. Me abochorna que
hayas atrapado mi mirada viajera; me aterra que al sentirte descubierta dejes
de estar, abandonándome en este mundo de soledad y escalofrío. Pero no te vas.
Aunque te delate sabes que nadie me creerá que existes. Estás a salvo a pesar
de mis ímpetus por gritar Eureka.
Regreso a mi libro cuando de pronto atisbo tu silueta poniéndose de pie y
marchándose. Miedo. ¿Será que aun sabiendo de mi anhelo decides dejarme vacío?
Las páginas tosen mientras cierro el libro. Golpeo la mesa al ponerme impulsivamente
de pie. Salgo tras de ti. La calle me atolondra, me intimida, te pierdo en el
gentío. Las manos me sudan, los pies me gritan ¡Pronto! ¡Más aprisa! En la esquina ya no estás y postrado muero de
angustia. Si te imaginé puedo imaginarte de nuevo. Entonces, tu mano en mi
hombro, un galopar del corazón. Giro y te tengo frente a mí. Tu voz es el
murmullo que escuché en tu boca cerrada. Ven, quiero que conozcas mi jardín.
🙂 tan lindo. Un abrazo Ale.
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