A Nayibe Nicoli,
por su matrimonio.
Una tarde cualquiera, el sonido del
teléfono, tu voz entusiasmada. Una noticia llena de triunfo, tu rostro radiante
en mi mente, el recuerdo de la mañana en que te conocí. Te casas. Vestido
blanco, preparativos, nupcias. Cuando me llamaste para darme la noticia, una
pequeña alegría detuvo el reloj de mi cuarto, la alegría que se relaciona con
el hecho de que un momento único y feliz está por marcar la vida de alguien que
he estimado y querido durante varios años. Al colgar, de inmediato pensé en lo
afortunado que soy, no sólo por ser invitado a tu boda, sino por lo raro que
resulta en estos días atestiguar que una pareja se case por las razones
correctas. Ahora, lo común es ver a las novias rodeadas por la consabida
cohorte de madre, tías, amigas y primas metiches, preocupadas más por el día de
la boda que por los veinte mil días siguientes. Todas ellas intoxicadas por el
infantil nerviosismo sobre si se ha escogido el centro de mesa adecuado, el
color pertinente de los vestidos de las damas, o si el alcohol será suficiente
para mantener contentos a los invitados (nunca lo es). Muchas veces tú y yo nos
sentamos en unos parasoles que ya no existen a platicar acerca de temas
profundos, como las expectativas que teníamos en ese momento, nuestras visiones
sobre las relaciones afectivas, los errores que ambos habíamos cometido, etc.
Siempre me llevé de esas pláticas lecciones que no te agradecí. Jamás me
dejaste ir sin una carcajada, así que la ganancia fue doble. Ahora que tengo en
mis manos la elegante invitación a tu boda, siento que podría regresarte el
favor, si me lo permites, hablándote un poco acerca de lo que he aprendido
acerca del amor y del matrimonio.
Lo
primero que me viene a la mente es la palabra voluntad. Comparto la idea de que
muchas veces uno no puede prever ni detener el enamoramiento, así como tampoco
el amor. En nuestras vidas han habido ocasiones en las que pareciera que mente
y corazón nunca tuvieron la oportunidad para ponerse de acuerdo acerca de lo
prudente que sería dejarse arrastrar por la emoción. Pero en lo que respecta al
matrimonio, algo completamente diferente opera. Al altar no se llega por
accidente, tampoco por azar. Casualidad y causalidad no pueden ser elementos
determinantes en una decisión que se toma para el resto de la vida. Ambas
partes deben presentarse libremente, concientes de que la persona que tienen
enfrente es con quien desean compartir un camino que sólo puede ser transitado
con el otro. Así, hombre y mujer se encuentran por su propia voluntad, uno
frente al otro, para expresarse el mutuo deseo de emprender el viaje juntos.
Esa voluntad no puede ser dicatada por convencionalismos, el tiempo o el temor
a la soledad. Aquí no aplican relojes biológicos, edades o crecimiento laboral.
La pareja no es un satisfactor social ni natural: la pareja es el espejo donde
aprecio la mejor versión de mi persona. Y esa imagen sólo aparece ante los ojos
de quien la mira.
Eso
explica por qué elegimos a una persona y no a otra. Ella me hace sentir amor,
al tiempo que se presenta como la mejor opción sobre las demás. Cuando uno mira
al ser amado, es imposible no experimentar gratitud, no sólo por el
enamoramiento que despertó en nosotros, sino por la inteligencia con la que lo
escogimos sobre otras opciones. Esto siempre me lo dejaste saber cada vez que
te preguntaba por tu relación. Una espontánea sonrisa te delataba, pero
inmediatamente después era la razón en tus palabras la que confirmaba lo
sensato del sentimiento.
Por
otra parte, si bien es cierto que el amor no puede detenerse, también es cierto
que sí puede escogerse la manera en que podemos amar. Uno escucha muchas
teorías acerca del amor; parece que la ciencia, la religión, la psicología y
los astros se encuentran en una carrera frenética por ver quién es el primero en
entregarnos la definición fundamental y definitiva de un sentimiento que por lo
menos para mí carece de lógica o coherencia. Muchos opinan que el amor y el
enamoramiento se encuentran en determinadas zonas del cerebro; otros, que por
el simple hecho de aparecerse frente a un altar obtendrán poderes que los
volverán invencibles contra las afrentas del tiempo. Por último, encuentro a
los ridículos que aseguran que todo está escrito en el cielo, decidido de
antemano por un destino cósmico, una sincronía universal. El amor que te está
llevando a este día se encuentra lejos de cualquier libro, estudio o carta
astral, pero sobretodo, lejos de cualquier decisión que no haya sido tuya. Por
eso es hermoso escuchar a los novios decirse: “yo te elijo”. El amor no es la boda, como tampoco es la luna de
miel. Son los días que siguen al frenesí, y es eso lo que apenas podemos desear
para dos personas que se aman como ustedes dos. De esta forma, tenemos a una
pareja que se ha aceptado y elegido sobre todos los demás. Atestiguar eso,
Nayi, es un privilegio. Verás, el común denominador en las bodas es escuchar al
novio y a la novia decirse “yo te acepto
en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, en esto y
aquello (ad nauseam)”, cuando lo que en realidad están diciendo es “te acepto mientras no falles, mientras
estés ahí siempre para mí, mientras me hagas feliz.” Podrás imaginar entonces
la enorme decepción que infectará a cualquiera de los dos cuando descubra que
el otro no está haciendo todo por cumplir con sus expectativas. Esta receta para la desilusión se patenta debido básicamente a una verdad ineludible: eventualmente, todos
fallamos. En las relaciones sentimentales, la frustración es el monstruo en el
clóset. Sin embargo, si regresamos al hecho de que tú lo eligiste a él (y
viceversa), podemos encontrar una manera distinta de ver las cosas. Nos
encontramos ante la posibilidad de entender que el amor entonces no es
responsabilidad más que de la persona de quien emana. Amar incondicionalmente
significa no esperar nada a cambio, ni siquiera amor. Haciendo a un lado las
motivaciones egoístas, pueden de esta manera los novios decirse “te elijo aunque falles, a pesar de
que no estés ahí cuando yo lo necesite, te amo aunque tú dejes de hacerlo.” Cuando se da libre de egoísmos, el amor compendia al mundo. Esta visión del amor exonera al
otro de la pesada loza de tener constantemente que hacer todo lo posible por
hacernos y mantenernos felices. Se termina así la satisfacción de caprichos por
obligación, por costumbre, por ser lo socialmente correcto. Al mismo tiempo,
recuperan los cónyuges su derecho a caer, a fallar, a dudar sin miedo a ser
juzgados, reprochados o castigados por su propia pareja. Esta manifestación
de apoyo incondicional ayuda a constituir al matrimonio como uno de los pocos
refugios a los que la pareja puede acudir de manera habitual. Allá afuera,
Nayi, hay demasiada competencia, rencor, miedo e incertidumbre. Pareciera que jefes,
compañeros de trabajo, vecinos, mercadólogos, bancos, hipotecas y pseudoamigos,
entre otros, tuvieran la encomienda de inyectar una presión excesiva en cuanto
a lo que los demás esperan (y exigen) de nosotros. El hogar que están a punto
de formar debe de ser ese rincón de respiro en donde literalmente puedan
reafirmar seguridades, compromisos y valores, manteniendo a raya todo aquello
que ponga en riesgo, tanto su tranquilidad interna, como la ecuanimidad
emocional de la familia en general. Por meloso que se escuche, no existe nada
más reafirmante que un compañero que, a pesar de las presiones del exterior, te
recibe en tu casa con la frase “siempre,
siempre, siempre contarás conmigo.”
Ya entrados en gastos, me atrevería también a
recomendar (sobre todo a ustedes, que recibieron una estupenda educación en la
mejor universidad del sur de la Ciudad de México) que encuentren constantemente
vías de comuncación. Soy testigo de que los ruidos en la comunicación pueden
desbaratar un imperio. El ideal es que su matrimonio no sea más comentado
afuera que adentro, que los silencios no se prolonguen por semanas y que las
pláticas jamás se vuelvan demasiado rutinarias ni superficiales. La
comunicación es un arte basado en el detalle, en donde todo merece comentarse y
nada debe darse por entendido. Si aman, díganselo; si dudan, también.
Si
encuentran la manera de amarse incondicionalmente, verás que aparecerá como
invaluable efecto secundario (y cuando más lo necesiten) el perdón. El perdón
es el más menospreciado de los valores familiares. Por razones que desconozco,
resulta más sencillo y apremiante saciar el hambre del orgullo, del egoísmo y del
rencor, que del perdón. Pero cuando los
miembros de una familia concuerdan en que cada acción que se realiza se deriva
del amor, cuando se dan permiso de fallar, y cuando buscan libremente hacer
sentir bien al otro, es más fácil agradecer, comprender y perdonar. De igual
manera, al saber que uno está siempre en la disposición de colocarse en el
lugar del otro, resulta menos difícil despojarse del orgullo y pedir perdón. El perdón,
cuando es legítimo, libera. No hay amor sin perdón, y el perdón no existe sin
el amor. Como diría Descartes si escribiera para La Tostadora de Pan, “amo, luego perdono.”
Por
último, un pequeño detalle que tiene que ver con la Fe. Dios es únicamente un
elemento inventado para satisfacer necesidades sociales. Inclinar la cabeza
ante un altar, presentarse de blanco y pedir la bendición bajo un crucifijo
siempre nos hace salir bien en las fotos. Es importante cubrir ese requisito
que nos marca la sociedad para continuar con nuestras vidas aceptablemente. Dios es un
souvenir, ¿cierto?
Falso.
Dios
existe. Dios es una persona. Dios se alegra cuando un hombre y una mujer se
presentan frente a Él libremente y le expresan su voluntad por entrar al
matrimonio con su bendición. Esta es la parte que los jóvenes rechazan por considerarla
acaramelada e ingenua y que los viejos recitan sin razonamiento. Lo cierto es
que para tu boda, Nayi, así como para los veinte mil días que seguirán,
solamente se necesita la presencia y el consentimiento de tres personas. Los
demás salimos de sobra. Se necesita del “sí”
de los tres para que la perfección a la que están llamados permanezca y venza.
Y Él es necesario, básicamente porque la fuerza, el amor y la voluntad de la
pareja son insuficientes ante los embates y las pruebas del tiempo. El
enamoramiento puede diluirse; el amor cambia de piel. Pero Dios es eterno.
Ya
te quité mucho tiempo. No me queda más que agradecerte tu paciencia para estas
palabras que no tienen otro objetivo que comentarte lo que de este tema he
aprendido después de aciertos y errores. El sagrado mecanismo del amor requiere
voluntad. Cuando una pareja es capaz de expresarlo, todo lo que hagan se vuelve
ejemplar.
Sí,
ya sé lo que estás pensando. Tanta elocuencia te ha hecho reflexionar y ahora te quieres casar conmigo. Lo lamento. Por el momento mi
lealtad es hacia La Tostadora de Pan. Pero no dudo que en unos años, mientras
el mundo sigue siendo consumido por la gangrena de la superficialidad y el
egoísmo, los que continuemos en la búsqueda de esa perfección miraremos hacia
tu hogar y diremos “yo quiero un
matrimonio como el que siguen construyendo Nayibe y Francisco y Dios.”
Que bonitas palabras, imposible no sonreír. De los mejores regalos que alguien puede recibir. Mis mejores deseos para la feliz pareja y por los siguientes veinte mil días.
ResponderEliminarNada más cierto que el amor no es algo que se obtiene, todos son diferentes, por que se construyen.
ResponderEliminarUn abrazo, excelentes palabras, excelentes.
Aplausos mi estimado. Sin conocer a la feliz pareja, puedo decir que TODO lo que escribes en esta emotiva carta es real. @mextuiter.
ResponderEliminarBuena entrada del blog Orozco. Sabia como la edad, real como la vida: Amar es una DECISIÓN. Saludos
ResponderEliminarExcelente regalo a la pareja , ellos tendrán que aprender a levantarse de múltiples caídas y tropezones que impone la carrera del matrimonio. Que inviten a la boda no ?
ResponderEliminarEl acto de amar a otra persona es una decisión, no hay más. Y el amor tiene muchas formas: preparar la comida, alistar la ropa, pasear tomados de la mano, caerse y saber que cuentas ese alguien que ama tus defectos por encima de tus virtudes.
ResponderEliminarUn gran texto, para no variar.
Te mando un gran abrazo, que sigas cosechando y confeccionando grandes historias.
Mi novio, me recomendó este blog tuyo.
ResponderEliminarY este fragmento:
nunca debería de ser olvidado, por las personas que se eligen para amarse.
Gran post.
Creo que la reflexión es lo que distingue al ser humano común del ser humano pensante, ésta publicación hizo mi lunes. Gracias
ResponderEliminar:D Que buen sabor de boca...
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