jueves, 25 de noviembre de 2010

Carta abierta a un corazón cerrado

Es noche y estoy solo. Cursor parpadeando. Pretendo concentrarme en decenas de historias que debo finalizar pero resulta casi imposible cuando las palabras que entre nosotros quedaron pendientes se atropellan para salir, inflamadas por no verte hace tanto, por no tocarte. La ciudad amurallada querrá detenerlas; sólo se abrirá la puerta una vez, para verlas salir. La luna entona su canción desgarrada. Lo que inocentemente llamo lo nuestro empezó con un beso pero, he de confesarte, empezó antes de aquel. Cubas y perlas a las diez de la mañana, ¿te acuerdas? Conversación sin sentido. No sé si fue el alcohol a esas horas o la manera que tienes de menear el cabello cuando sueñas hablando. Hablabas de tus sueños infantiles, de las propuestas que tenías para conquistar el mundo, y yo presionando mute para callar el ruido de fondo, vasos y cubiertos chocando, risas, la vida de los otros. Mis manos repletas de sangre como si sostuvieran mi corazón lobuno, mis pulmones a reventar. Jamás pensé que entre tú y yo, bueno, la fortuna jamás me había sonreído así. Y mientras decías no sé qué del futuro, yo pensaba hermosa, hermosa, hermosa, hermosa. Y tu nombre. ¿Me atreveré?, pensé. El ruido pudo más y cambiamos de sede. Supuse todo bajo control, pero admitámoslo, soy el más incompetente para mantener la compostura cuando me inoculas con la mirada tuya. Tu auto hacia un lugar oscuro. Cuántos secretos guarda la Roma. En el trayecto, tus insinuaciones. Yo observándote al tiempo que te metías donde sabíamos que no debías, yo perdido en tu pelo, yo erigiendo el monumento a los cobardes del verano. ¿Me atreveré? Más alcohol en el tugurio aquel. Ahora era yo quien no paraba de hablar, manoteos que escondían el nerviosismo. Y tu nombre. ¿Cuántas veces lo habré dicho? Cientos de interrupciones de tu parte cuando yo sólo quería decirte perfecta, perfecta, perfecta. ¡Tus labios! ¡Cómo no rendirme ante la arqueología de la seducción! De pronto, un relámpago de valor. Me atreví. El corazón se me hincha al recordar el beso que marcó la demolición del hombre seguro, del hombre apático que no dedicaba un segundo a la cosecha de las emociones. Atestigüé con ojos cerrados que por besos como ese se construyen catedrales, se curan agorafobias, se desciende al Purgatorio. Focos reventando en el techo, alarmas de autos sonando al mismo tiempo, la Atlántida descubierta. En segundos escribí el libro que siempre había querido escribir. El miedo de sentirme descubierto me orilló a fingir que aquel accidente no tendría repercusiones. Pedimos la cuenta y pensé así termina un día más en mi extraña vida. ¡Quién me lo hubiera advertido! Caminamos bajo la noche. Miraba tu reflejo en los vitrales apagados de las tiendas. Un ángel sobre el pavimento, un suave huracán de flores preciosas; tú, la imagen misma del cielo; yo, como dice la canción, lobo recién salvado de la extinción. Sonreías tu travesura sujetando mi fotografía como el mayor trofeo a la picardía, sabías que ese día no se repetiría jamás. Qué bello es recontar, aunque el recuento duele cuando se conoce el final. Nos despedimos pero jamás dije adiós. El embrujo estaba echado. Desde aquel día pintaste mis paredes con tu nombre y muchas noches fueron de rabia al no saber si te vería, si tus besos habían sido promesa o parte de un anecdotario que con el tiempo tendría que incinerarse. Se escuchará vulgar, pero me enamoré. Se escuchará inapropiado, pero no es de cada noche que este hombre con sus brazos envuelva el firmamento. Se escuchará meloso, pero creí.
Te me escapaste por primera vez.
Dejé de escribir.

Muchos días me tuviste sin saber, volando a ciegas, redactando monosílabos en la red, trazando surcos en el cielo. Nunca un hombre había caído tan de prisa de rodillas ante la perfecta memoria de una mujer. Las arrugas en mis sábanas pueden contarte de los torbellinos que formé durante los mil insomnios que infligiste. Busqué tu aroma en laberintos, en templos, kioskos y cafés, y cualquiera que escuchaba que de ti me había enamorado me señalaba cruelmente con un ¡já! Ensayé tantas veces el discurso que diría cuando te volviera a ver, la forma de convencerte de intentarlo. Te extrañé como si hubiéramos compartido una vida juntos. ¿Qué llevabas en los labios esa noche que te di la llave para crear tanto estropicio? Pregunté mil veces dónde estás, déjame alcanzarte, olvidando estúpidamente que las estrellas tienen reputación de inalcanzables. Coloqué frente a mí todos los cuentos inconclusos con la certeza de que serías tú quien me ayudaría a terminarlos. Tenías otros planes. Regresaste. Aún guardo el mensaje que me decía puede ser. Te dije vamos a vernos. Por supuesto llegué tarde. Cuando te vi atravesando la puerta de tu casa comprendí que tu recuerdo, el que llevaba almacenado días enteros, no te hacía justicia. Eres tan hermosa que la calle se pandeaba sólo para que las fachadas de otras casas pudieran tener una mejor vista del espectáculo que es verte caminar. Charla superficial, primero. Luego, con aplomo confesé no he podido olvidarte, sé que es tonto que un hombre como yo... Y ahí, en medio de la nada, la sorpresa. Tu frágil sensatez te llevó a cerrar la puerta a un sueño que había durado apenas un mes. Te bastó decir que no para que el suspiro terminara en percance. Amargo viernes trece, amarga lluvia de agosto, amargo tu nombre precediendo a un ¿por qué? Oscuro el sótano al que me sentenciaste, triste cosa a la que me redujiste. Poemas de segunda deshojados, golpes a puño cerrado, lágrimas de mar salado, un gigante callado.
Es ridículo, lo sé. Quizá más ahora a la distancia.
Te me escapaste por segunda vez.

Aún no puedo explicar el por qué de mi desesperación, pues para sostener la parodia en la que estaba inmerso sólo contaba con dos besos arrebatados y el recuerdo de una posibilidad corrompida. Sin embargo, cada pío, cada graznido, cada claxon me recordaba el horror de vivir sin poderte besar de nuevo. Comencé a escribir de nuevo. ¡Lo que no te habré dicho en Times New Roman! Intenté cien veces vacunarme contra el perfume de tu pelo, contra tus tiernas provocaciones que durante los días que siguieron a la tarde fatal lanzabas cuando pasaba frente a ti. Te evité lo más que pude. Créeme, quise escapar, y en algún momento juré que lo había logrado. Pero la ingenuidad no se cura con los años. ¿Cómo escapar si en el abismo de aquella locura moría por caer? La posibilidad de verte me llenaba los labios de ganas. La prudencia me gritaba vete, pero mientras más larga era la brazada, más tu nombre regresaba. Por primera vez el dolor no se saciaba con palabras y todo el tequila en Tacubaya no fue suficiente para extirparte de mi cuerpo. Y tú, con el séptimo sentido de las brujas me rondabas e inocente preguntabas si en verdad te había podido sobrevivir. Qué bien haces en llamarte mujer. En un principio te respondía por supuesto, eres la primera plana del periódico de ayer. Y las entrañas crujiendo por contarte la verdad. Algo sospechabas que no dejabas de preguntar. Rendido bajo una lápida invisible de cansancio, harto salté al abismo, decidí dejar de huir. ¿Has podido olvidarme?, volviste a preguntar.
Dije no.
No es que fuera yo valiente, es que ante el naufragio un hombre no tiene nada que perder. Entonces, con el diablo pisándome los talones, le confesé a tu ego que durante semanas me tuviste deshaciendo de mi cama cada orilla, con la vida dividida entre adorarte eternamente u olvidar. Te dije que por tus ojos reinventé el alfabeto. Te dije eres el olor a café por las mañanas, el cometa que aún no tiene nombre, fruta que todavía no se inventa; eres todos los fuegos, mi fuego; el polvo en el lomo de ese libro que no me cansaré de releer, el bordón en mis noches de batalla. Eres el sabor dulce de Las Uvas de la Ira, la lágrima al final de Matar a un Ruiseñor. Ante tu mirada extasiada de sorpresa y triunfo quise ser un caballero. Te ofrecí un camino tranquilo en la noche, una hoja de papel pautado, una mano que jamás vacilaría; #tusmiedos fueron los míos. No te gustó lo que escuchabas, pero cuánto lo intuías. Manoteaste sobre la mesa, tosías, argumentabas que habías jurado nunca más llorar y que veintiún cicatrices serían la única herencia si entregabas el corazón. Y mientras tanto yo muriendo por entrar bajo tu falda y escribir sobre tu espalda de nuestra historia otra versión. Eso que tanto temes se llama vida. Te dije te necesito como un anhelo secreto necesita de la oscuridad, te necesito como a la luna en noches de licantropía, como a la palabra exacta cuando estoy por darme por vencido, como la hogaza en el desierto, como la oración respondida en la zozobra; te dije tu pecho es donde mueren los poetas y por tu rostro se han compuesto sinfonías, te dije siete veces te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, chingada madre cuánto te amé, y con frases que traicionaban mi cordura te adoré hasta que mi vida dejó de tener sentido. Bajé todas mis defensas, opté por dejarme derrotar para que creyeras en mí, para que supieras lo que hay en mí, que cada gramo de mi cuerpo estaba programado para no lastimarte jamás.
Respondiste tal vez.
Tu primer y único error.

Dejándote llevar por la curiosidad le diste entrada a mi locura. Pensé así que esto es ser feliz. Las horas que pasamos juntos las guardo en la bóveda de objetos preciosos. Las canciones que me cantaste, las letras que me dedicaste, los conciertos que me diste. Por tu culpa me enamoré del pop en español. Tu voz se volvió indispensable. No recuerdo a la fecha que alguien me haya hecho sentir invulnerable como tú durante esas horas. Fui, por decreto tuyo, nuevamente un gigante. Sentirse amado por la mujer más bella del mundo te vuelve inmune ante los defectos de la Tierra. ¿Cómo agradecerte esa sensación que hoy acaricio en el recuerdo? ¿Cómo convencerte de que ese apartado rincón de mi casa donde siempre pega el sol se parece tanto a ti? Vivo de las palabras, así que entenderás que sería para mí un crimen devaluarlas. ¿Comprendes ahora el peso de ellas cuando te decía por Dios, cuánto te adoro? ¡Cuánta verdad! ¿Sabías del hechizo que se cocinaba en mi interior? Por primera vez en mi vida no me avergonzaba aceptar mi debilidad. ¿Sentiste miedo al escuchar lo que este hombre podría hacer por una caricia tuya? Ahora sé que mientras me veías palidecer bajo tu sombra, tú planeabas una furtiva escapatoria. Hábil, seguías sin comprometerte; hábil, me recordabas ese tal vez. En cuestión de sentimientos, amiga, no existe obligación, pero sí responsabilidad. En casa, tenías a este hombre rendido. Se me hacía tarde por salir del trabajo y provocar excusas para encontrarte. Te acercabas lo suficiente pero jamás lo suficiente. Me dedicabas un par de horas. Pero horas no son lo mismo que días.



Así, como una epidemia insospechada, brotaron de la nada tus ausencias. Era justo el momento en que me presentías cerca, dentro, cuando la alarma en tu cabeza sonaba, y desaparecías. Días enteros sin saber de ti. Días en los que te marcaba para saber si lo de ayer había significado lo mismo para ti. Cuando conseguía sacarte una palabra la sangre se me helaba. Te busqué en largas caminatas, en solitarias estaciones de autobús en madrugadas de vaho y tristeza, en las canciones que me cantaste, en twitter y en la Biblia, en cubas servidas en los lugares que nos vieron nacer, en los rostros de la multitud que me contagiaban de apatía. Me di cuenta entonces que ambos nos habíamos enamorado de la misma persona. Yo de ti. Pero tú también. Tus primeras desapariciones me infectaban de rabia. Miedo de saber que hubieras jugado conmigo. Cada luna era una muerte y cada amanecer llegaba con el deseo onírico de resucitar entre tus piernas y hacerte volar lejos, allá donde sólo existe espacio para dos. La jaula me quedó chica. Un exabrupto de celos y supiste que me tenías en tus manos. Tratabas de apaciguar mi desesperación con medios besos, cuando en realidad ibas matando lo que no te atreviste a poseer. Besos de plata para un hombre lobo.
Te fuiste por tercera vez.
Pero esta vez ya no importó.

¿Te importó que me alejara? ¿Te diste cuenta de mi valor o fue que mi indiferencia golpeó tu ego? Me buscaste. Te pregunté ¿debo creerte? Dijiste sí. Lo que antes se dio de forma natural fue ahora algo que me obligué a sentir. Hiciste lo mejor que pudiste, lo sé. Pero lo tuyo es escapar. Con cada argucia que inventabas para verme sólo unos minutos construías la muralla, me devolvías a mi anterior estado de insensibilidad. ¿Fui para ti el pequeño divertimento para tus noches de aburrición? Por eso las llamadas los lunes, por eso los besos de los lunes, de ahí tus desapariciones el resto de la semana. Tantas largas, tantos quizás, tantos yo también quisiera verte pero… ¿cuánto crees que iba a durar? ¿Qué no sabes todavía, amiga, que el mejor afrodisíaco para este hombre es ser correspondido? Tu última desaparición facturó el milagro y la realidad me despertó con el amargo olor de la decepción. Este amor, épico sólo en mi mente, llegaba a su absurdo final. ¿Cómo saber que para ti el amor no era una opción? Me inventaste personalidades que no tengo, amoríos con mujeres que no existen, todo para congratularte por no haberte dejado convencer por este hombre que, seguramente, te mintió desde el principio. ¿No te ha quedado claro quién soy? ¡Cómo no reír de ironía si desde mi primera confesión no ha pasado por mis labios mujer alguna, y entre mis brazos sólo han estado las ganas de ti! No existe nadie que pueda compararse contigo, ni que alimente mi imaginación como lo hacías tú. Pero me pediste a gritos que me alejara, me educaste para olvidarte y mis palabras se sienten huecas de significado. En esta dolorosa estepa eres un brumoso recuerdo.

Ahora es de noche y estoy solo. Si quieres una última verdad te diré que extraño la grandeza que jamás tuvimos. No jugaste, hoy lo entiendo. Nadie puede fingir el sudor helado en las manos ni las risas cómplices pasada la media noche. Tuviste miedo de mí. Quizá debí lanzar mis sentimientos a cuentagotas. En realidad lo siento, no sé ser de otra manera. Y en esta noche de soledad rabiosa me pregunto ¿sabrás lo que tuvimos y desperdiciamos, planeaste desde el principio que lo nuestro terminara así? ¿Qué haremos si nos volvemos a ver? ¿Agacharemos la mirada o nos reiremos como todas esas noches en las que rogaba que no dijeras hasta mañana? Si escribo esto es porque no quiero olvidar; si lo publico es porque lo más hermoso que viví este año lo he bautizado con tu nombre. Si escribo es porque duele, por la maldita injusticia. Soy yo quien se retira. No murmuré una palabra que no sintiera, jamás te busqué si no para abrazarte, no te besé sin desear que cada beso durara para siempre. Me devolviste la vida, y cada vez que intente olvidarte será con una bendición y un gracias, porque de todos los infiernos que pude haber escogido para despedazarme el alma, tus labios fueron el más hermoso y tus ojos lo más glorioso, aunque de ellos queden frustración y cenizas.

Ojalá no hubiera terminado así
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2 comentarios:

  1. Un texto que viene de corazón y de las ganas de amar, que buen texto que demuestra los sentimientos y esperanzas de mucha gente al encontrar ese amor y de lo que somos capaces hasta por el mas simple beso, que nos puede llevar al cielo y arrastrar al infierno en un solo instante, saludos.

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  2. Relato o verdad lo que escribes, creo que lo importante es que amaste, dejar que ese sentimiento entre en la vida de alguien es algo crucial, que pocos aceptan, y por lo que leí, entró de lleno en cada una de tus palabras...

    Amaste, y tal vez hoy sólo sean recuerdos, pero lo viviste.

    SALUDOS!

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