Para Sarahí, que me obligó a escribirlo
Daniel camina y se siente observado. Mira hacia atrás, pero la calle, salvo
por las decenas de cucarachas y cantos huecos del bar, está vacía. Reconoce el
olor a orines, a carne rancia, a caucho quemado, olores que lo saludan y lo
despiden y lo acompañan. La nube negra, eterna, absurda. La mohosa pared a su
izquierda graffiteada con el nombre del Liverpool y una obscenidad.
Afortunadamente para él la noche está en calma, tibia, no como en invierno, en
que sus ropas andrajosas dejan pasar el hielo por las costuras rotas. El
callejón está oscuro, las sombras produciendo sombras. No son pasos lo que
escucha y lo que lo hace voltear, son murmullos de una decena de párpados,
aleteos de mosca en su cuello, en su espalda, ronchas en esa parte de su cuerpo
que no logra alcanzar. Lleva cuatro días sin bañarse, pero no es la primera
vez; se ha acostumbrado al olor de su sudor seco, al lodo bajo las uñas, al
cartón en el escaso cabello. En la mano sujeta un cartón de leche que es para
lo que le alcanzó. Camina aprisa. Lo conocen en ese bajo barrio londinense
desde hace ya muchos años, aun así nadie es de fiar. Sus amigos lo matarían por
un galón de leche en el acto, carajo, lo matarían por un cigarro. Se detiene en
la esquina, mira sobre su hombro. Carajo.
En la casa de huéspedes, para variar, hay pelea de putas y negros.
Amenazas, navajas, una pistola, odio. Evade la trifulca y sube los escalones de
a dos protegiendo el cartón contra la mirada hambrienta de los junkies. En el
pasillo no se ve nada, se escucha magnificado el zumbido de un insecto. Entra
al reducto que lleva rentando por más de seis meses. Los gritos no se quedan
detrás de la puerta aunque la cierre con candado. Daniel se sienta en la silla
plegadiza y ve lo que ha escrito en el cuaderno triste. Nerviosamente se pone
de pie y se asoma por la ventana: los mismos haciendo lo mismo, cada noche una
trágica réplica de la anterior, una morbosa maqueta de la siguiente. Pero nadie
hay diferente, nadie lo observa. Se sienta nuevamente y revisa sus propias
palabras. Algo no está bien, el orden, el significado, chingada madre. Estira
la pierna y choca con la pata de la cama sucia y sin hacer.
Platos desechables en el suelo, papeles arrugados, residuos de todo.
Hace mucho dejó de amar. Decidió consagrarse a su trabajo, a sus letras, ya
verán, pronto sabrán de mí. Traza una línea sobre la palabra que minutos atrás
encerraba el significado del mundo. Abre el cartón, bebe su única cena, luego
lo esconde rápidamente bajo la cama al escuchar que llaman a la puerta. Hola,
Mary. ¿Qué escondes? Nada, estoy escribiendo. ¿Tienes cerveza? No. Vamos,
déjame pasar. Por fin me llegó la inspiración. Mary mastica chicle. ¿Seguro no
quieres coger? La mira de abajo a arriba, las piernas flacas y torcidas, la
minifalda roja, el abrigo robado. Daniel se hace a un lado pero no puede dejar
de mirar a la mosca en el foco azul.
¿Has hablado con tus hijos? El humo del cigarro sube al techo y baja
estúpidamente. No quiero hablar de eso. Deberías llamarlos, igual y le sacas
una lana a la perra esa. La que vino a buscarte ayer fue Jackie. Carajo. Carajo
dos veces, quiere la pensión del Billy. Dice que a la próxima trae a la
policía. Daniel mira por la ventana. ¿Seguro no tienes una cerveza? No, lo del
desempleo lo cobro mañana, mañana compro cervezas. ¿Qué es esto? ¡Deja! Mary
lee despacio del cuaderno. Esto está muy bien. No sé qué esperas para
publicarlo, ¿por qué me miras así? Te gusta porque hay palabras que no
comprendes, es todo. ¿Quieres leer algo fascinante? Lee el puto diccionario.
Siempre estás enojado… ¿qué tanto miras por la ventana? Pero Daniel está lejos,
preguntándose si tan sólo, carajo, puta madre. ¿Seguro no tienes cerveza?
La mañana no se llevó la comezón ni la paranoia. Escribe febrilmente acerca
de un noviazgo náufrago. El calor no pudrió el resto de la leche. Desayuna.
Sale al pasillo. Entra al baño comunitario pero no sale agua de la regadera.
Cinco días. En la calle ya lo aguarda el tráfico de hotdogs, mercaderes de
fruta y éxtasis. Toma el bus hacia Hyde Park. El aire refulge a lo que debió
sucederle. Camina media hora hasta la reja azul de una escuela. Ve al más
grande, al que se parece a él, echándose por la resbaladilla. El gracioso y
tierno uniforme. También a él lo dejó colgado con el te juro que vendré por
ustedes e iremos al cine, deja que venda el cuento que estoy escribiendo, la
verdad es que están mejor sin mí. ¿En qué momento ser víctima se volvió
redituable? Siente la roña pero no puede rascarse. Mira hacia arriba pero nadie
lo observa. Ni Dios. Escupe al suelo. Escucha la voz del doctor, Danny esto no
pinta bien. ¿Tienes alguien a quien puedas llamar? No es que no quiera
avisarte, es que lo jodí todo, es que la ruina fue más tentadora que el
esfuerzo, es que al final lo único que habló por ti fue la puerta
cerrándose.
Regresa a su madriguera en la Casa de Huéspedes. Da vueltas injustas de un lado a otro, sabe que lo observo. Tose. Tacha en su cuaderno los es ques. Carajo. Daniel escribe perdón.
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